Issac Newton
Isaac Newton nació en las primeras horas del 25 de diciembre de 1642 (4 de enero de 1643, según el calendario gregoriano), en la pequeña aldea de Woolsthorpe, en el Lincolnshire. Su padre, un pequeño terrateniente, acababa de fallecer a comienzos de octubre, tras haber contraído matrimonio en abril del mismo año con Hannah Ayscough, procedente de una familia en otro tiempo acomodada. Cuando el pequeño Isaac acababa de cumplir tres años, su madre contrajo de nuevo matrimonio con el reverendo Barnabas Smith, rector de North Witham, lo que tuvo como consecuencia un hecho que influiría decisivamente en el desarrollo del carácter de Newton: Hannah se trasladó a la casa de su nuevo marido y su hijo quedó en Woolsthorpe al cuidado de su abuela materna.
Del odio
que ello le hizo concebir a Newton contra su madre y el reverendo Smith da buena
cuenta el que en una lista de «pecados» de los que se autoinculpó a los
diecinueve años, el número trece fuera el haber deseado incendiarles su casa con
ellos dentro. Cuando Newton contaba doce años, su madre, otra vez viuda, regresó
a Woolsthorpe, trayendo consigo una sustanciosa herencia que le había legado su
segundo marido (y de la que Newton se beneficiaría a la muerte de ella en 1679),
además de tres hermanastros para Isaac, dos niñas y un niño.
La
manzana de Newton
Un año
más tarde Newton fue inscrito en la King's School de la cercana población de
Grantham. Hay testimonios de que en los años que allí pasó alojado en la casa
del farmacéutico, se desarrolló su poco usual habilidad mecánica, que ejercitó
en la construcción de diversos mecanismos (el más citado es un reloj de agua) y
juguetes (las famosas cometas, a cuya cola ataba linternas que por las noches
asustaban a sus convecinos). También se produjo un importante cambio en su
carácter: su inicial indiferencia por los estudios, surgida probablemente de la
timidez y el retraimiento, se cambió en feroz espíritu competitivo que le llevó
a ser el primero de la clase, a raíz de una pelea con un compañero de la que
salió vencedor.
Fue un
muchacho «sobrio, silencioso, meditativo», que prefirió construir utensilios,
para que las niñas jugaran con sus muñecas, a compartir las diversiones de los
demás muchachos, según el testimonio de una de sus compañeras femeninas
infantiles, quien, cuando ya era una anciana, se atribuyó una relación
sentimental adolescente con Newton, la única que se le conoce con una
mujer.
Cumplidos los dieciséis años,
su madre lo hizo regresar a casa para que empezara a ocuparse de los asuntos de
la heredad. Sin embargo, el joven Isaac no se mostró en absoluto interesado por
asumir sus responsabilidades como terrateniente; su madre, aconsejada por el
maestro de Newton y por su propio hermano, accedió a que regresara a la escuela
para preparar su ingreso en la universidad.
Éste se produjo en junio de 1661, cuando Newton fue admitido en el Trinity College de Cambridge, y se matriculó como fámulo, ganando su manutención a cambio de servicios domésticos, pese a que su situación económica no parece que lo exigiera así. Allí empezó a recibir una educación convencional en los principios de la filosofía aristotélica (por aquel entonces, los centros que destacaban en materia de estudios científicos se hallaban en Oxford y Londres), pero en 1663 se despertó su interés por las cuestiones relativas a la investigación experimental de la naturaleza, que estudió por su cuenta.
Fruto de
esos esfuerzos independientes fueron sus primeras notas acerca de lo que luego
sería su cálculo de fluxiones, estimuladas quizá por algunas de las clases del
matemático y teólogo Isaac Barrow; sin embargo, Newton hubo de ser examinado por
Barrow en 1664 al aspirar a una beca y no consiguió entonces inspirarle ninguna
opinión especialmente favorable.
Al
declararse en Londres la gran epidemia de peste de 1665, Cambridge cerró sus
puertas y Newton regresó a Woolsthorpe. En marzo de 1666 se reincorporó al
Trinity, que de nuevo interrumpió sus actividades en junio al reaparecer la
peste, y no reemprendió definitivamente sus estudios hasta abril de 1667. En una
carta póstuma, el propio Newton describió los años de 1665 y 1666 como su «época
más fecunda de invención», durante la cual «pensaba en las matemáticas y en la
filosofía mucho más que en ningún otro tiempo desde entonces».
El
método de fluxiones, la teoría de los colores y las primeras ideas sobre la
atracción gravitatoria, relacionadas con la permanencia de la Luna en su órbita
en torno a la Tierra, fueron los logros que Newton mencionó como fechados en
esos años, y él mismo se encargó de propagar, también hacia el final de su vida,
la anécdota que relaciona sus primeros pensamientos sobre la ley de la gravedad
con la observación casual de una manzana cayendo de alguno de los frutales de su
jardín (Voltaire fue el encargado de propagar en letra impresa la historia, que
conocía por la sobrina de Newton).
La
óptica
A su
regreso definitivo a Cambridge, Newton fue elegido miembro becario del Trinity
College en octubre de 1667, y dos años más tarde sucedió a Barrow en su cátedra.
Durante sus primeros años de docencia no parece que las actividades lectivas
supusieran ninguna carga para él, ya que tanto la complejidad del tema como el
sistema docente tutorial favorecían el absentismo a las clases. Por esa época,
Newton redactó sus primeras exposiciones sistemáticas del cálculo infinitesimal
que no se publicaron hasta más tarde. En 1664 o 1665 había hallado la famosa
fórmula para el desarrollo de la potencia de un binomio con un exponente
cualquiera, entero o fraccionario, aunque no dio noticia escrita del
descubrimiento hasta 1676, en dos cartas dirigidas a Henry Oldenburg, secretario
de la Royal Society; el teorema lo publicó por vez primera en 1685 John Wallis,
el más importante de los matemáticos ingleses inmediatamente anteriores a
Newton, reconociendo debidamente la prioridad de este último en el hallazgo.
El
procedimiento seguido por Newton para establecer la fórmula binomial tuvo la
virtud de hacerle ver el interés de las series infinitas para el cálculo
infinitesimal, legitimando así la intervención de los procesos infinitos en los
razonamientos matemáticos y poniendo fin al rechazo tradicional de los mismos
impuesto por la matemática griega. La primera exposición sustancial de su método
de análisis matemático por medio de series infinitas la escribió Newton en 1669;
Barrow conoció e hizo conocer el texto, y Newton recibió presiones encaminadas a
que permitiera su publicación, pese a lo cual (o quizá precisamente por ello) el
escrito no llegó a imprimirse hasta 1711.
Tampoco
en las aulas divulgó Newton sus resultados matemáticos, que parece haber
considerado más como una herramienta para el estudio de la naturaleza que como
un tema merecedor de atención en sí; el capítulo de la ciencia que eligió tratar
en sus clases fue la óptica, a la que venía dedicando su atención desde que en
1666 tuviera la idea que hubo de llevarle a su descubrimiento de la naturaleza
compuesta de la luz. En febrero de 1672 presentó a la Royal Society su primera
comunicación sobre el tema, pocos días después de que dicha sociedad lo hubiera
elegido como uno de sus miembros en reconocimiento de su construcción de un
telescopio reflector. La comunicación de Newton aportaba la indiscutible
evidencia experimental de que la luz blanca era una mezcla de rayos de
diferentes colores, caracterizado cada uno por su distinta refrangibilidad al
atravesar un prisma óptico.
Newton
consideró, con justicia, que su descubrimiento era «el más singular, cuando no
el más importante, de los que se han hecho hasta ahora relativos al
funcionamiento de la naturaleza». Pero sus consecuencias inmediatas fueron las
de marcar el inicio de cuatro años durante los que, como él mismo le escribió a
Leibniz en diciembre de 1675, «me vi tan acosado por las discusiones suscitadas
a raíz de la publicación de mi teoría sobre la luz, que maldije mi imprudencia
por apartarme de las considerables ventajas de mi silencio para correr tras una
sombra».
El
contraste entre la obstinación con que Newton defendió su primacía intelectual
allí donde correspondía que le fuese reconocida (admitiendo sólo a regañadientes
que otros pudieran habérsele anticipado) y su retraimiento innato que siempre le
hizo ver con desconfianza la posibilidad de haberse de mezclar con el común de
los mortales, es uno de los rasgos de su biografía que mejor parecen justificar
la caracterización de su temperamento como neurótico; un diagnóstico que la
existencia de sus traumas infantiles no ha hecho más que abonar, y que ha
encontrado su confirmación en otras componentes de su personalidad como la
hipocondría o la misoginia.
Los
Principia
El
primero en oponerse a las ideas de Newton en materia de óptica fue Robert Hooke,
a quien la Royal Society encargó que informara acerca de la teoría presentada
por aquél. Hooke defendía una concepción ondulatoria de la luz, frente a las
ideas de Newton, precisadas en una nueva comunicación de 1675 que hacían de la
luz un fenómeno resultante de la emisión de corpúsculos luminosos por parte de
determinados cuerpos. La acritud de la polémica determinó que Newton renunciara
a publicar un tratado que contuviera los resultados de sus investigaciones hasta
después de la muerte de Hooke y, en efecto, su Opticks no se publicó
hasta 1704. Por entonces, la obra máxima de Newton había ya visto la
luz.
En 1676
Newton renunció a proseguir la polémica acerca de su teoría de los colores y por
unos años, se refugió de nuevo en la intimidad de sus trabajos sobre el cálculo
diferencial y en su interés (no por privado, menos intenso) por dos temas
aparentemente alejados del mundo sobrio de sus investigaciones sobre la
naturaleza: la alquimia y los estudios bíblicos. La afición de Newton por la
alquimia (John Maynard Keynes lo llamó «el último de los magos») estaba en
sintonía con su empeño por trascender el mecanicismo de observancia
estrictamente cartesiana que todo lo reducía a materia y movimiento y llegar a
establecer la presencia efectiva de lo espiritual en las operaciones de la
naturaleza.
Newton
no concebía el cosmos como la creación de un Dios que se había limitado a
legislarlo para luego ausentarse de él, sino como el ámbito donde la voluntad
divina habitaba y se hacía presente, imbuyendo en los átomos que integraban el
mundo un espíritu que era el mismo para todas las cosas y que hacía posible
pensar en la existencia de un único principio general de orden cósmico. Y esa
búsqueda de la unidad en la naturaleza por parte de Newton fue paralela a su
persecución de la verdad originaria a través de las Sagradas Escrituras,
persecución que hizo de él un convencido antitrinitario y que seguramente
influyó en sus esfuerzos hasta conseguir la dispensa real de la obligación de
recibir las órdenes sagradas para mantener su posición en el Trinity
College.
En 1679
Newton se ausentó de Cambridge durante varios meses con motivo de la muerte de
su madre, y a su regreso en el mes de noviembre, recibió una carta de Hooke, por
entonces secretario de la Royal Society, en la que éste trataba de que Newton
restableciera su contacto con la institución y le sugería la posibilidad de
hacerlo comentando las teorías del propio Hooke acerca del movimiento de los
planetas. Como resultado, Newton reemprendió una correspondencia sobre el tema
que, con el tiempo, habría de desembocar en reclamaciones de prioridad para
Hooke en la formulación de la ley de la atracción gravitatoria; por el momento,
su efecto fue el de devolverle a Newton su interés por la dinámica y hacerle ver
que la trayectoria seguida por un cuerpo que se moviera bajo el efecto de una
fuerza inversamente proporcional al cuadrado de las distancias, tendría forma
elíptica (y no sería una espiral, como él creyó en principio, dando pie a ser
corregido por Hooke).
Cuando
cinco años más tarde Edmond Halley, quien por entonces había ya observado el
cometa que luego llevó su nombre, visitó a Newton en Cambridge y le preguntó
cuál sería la órbita de un planeta si la gravedad disminuyese con el cuadrado de
la distancia, su respuesta fue inmediata: una elipse. Maravillado por la rapidez
con que Newton consideraba resuelto un asunto en cuyo esclarecimiento andaban
compitiendo desde hacía varios meses Hooke y el propio Halley, éste inquirió
cómo podía conocer Newton la forma de la curva y obtuvo una contestación
tajante: «La he calculado». La distancia que iba entre el atisbo de una verdad y
su demostración por el cálculo marcaba la diferencia fundamental entre Hooke y
Newton, a la par que iluminaba sobre el sentido que este último daría a su
insistente afirmación de «no fingir hipótesis».
Sin embargo, en aquel día del verano de 1684 Newton no pudo encontrar sus cálculos para mostrárselos a Halley, y éste tuvo que conformarse con la promesa de que le serían enviados una vez rehechos. La reconstrucción, empero, chocó con un obstáculo: demostrar que la fuerza de atracción entre dos esferas es igual a la que existiría si las masas de cada una de ellas estuviesen concentradas en los centros respectivos. Newton resolvió ese problema en febrero de 1685, tras comprobar la validez de su ley de la atracción gravitatoria mediante su aplicación al caso de la Luna; la idea, nacida veinte años antes, quedó confirmada entonces merced a la medición precisa del radio de la Tierra realizada por el astrónomo francés Jean Picard.
El camino quedaba abierto para reunir todos los resultados en un tratado sobre la ciencia del movimiento: los Philosophiae naturalis principia mathematica (Los principios matemáticos de la filosofía natural). La intervención de Halley en la publicación de la obra no se limitó a la de haber sabido convencer a su autor de consentir en ella, algo ya muy meritorio tratándose de Newton; Halley supo capear el temporal de la polémica con Hooke, se encargó de que el manuscrito fuese presentado en abril de 1686 ante la Royal Society y de que ésta asumiera su edición, para acabar corriendo personalmente con los gastos de la impresión, terminada en julio de 1687.
De
Cambridge a Londres
Los
Principia contenían la primera exposición impresa del cálculo
infinitesimal creado por Newton, aunque éste prefirió que, en general, la obra
presentara los fundamentos de la física y la astronomía formulados en el
lenguaje sintético de la geometría. Newton no fue el primero en servirse de
aquel tipo de cálculo; de hecho, la primera edición de su obra contenía el
reconocimiento de que Leibniz estaba en posesión de un método análogo. Sin
embargo, la disputa de prioridades en que se enzarzaron los partidarios de uno y
otro determinó que Newton suprimiera la referencia a Leibniz en la tercera
edición de 1726. El detonante de la polémica (orquestada por el propio Newton
entre bastidores) lo constituyó la insinuación de que Leibniz podía haber
cometido plagio, expresada en 1699 por Nicolas Fatio de Duillier, un matemático
suizo admirador de Newton, con el que mantuvo una íntima amistad de 1689 a 1693.
Ese año
Newton atravesó por una crisis paranoica de la que se ha tratado de dar diversas
explicaciones, entre las que no ha faltado, desde luego, la consistente en
atribuirla a la ruptura de su relación con el joven Fatio, relación que, por
otra parte, no parece que llevara a Newton a traspasar las férreas barreras de
su código moral puritano. Los contemporáneos de Newton popularizaron la
improbable explicación de su trastorno como consecuencia de que algunos de sus
manuscritos resultaran destruidos en un incendio; más recientemente se ha
hablado de una lenta y progresiva intoxicación derivada de sus experimentos
alquímicos con mercurio y plomo. Por fin, no pueden olvidarse como causa
plausible de la depresión las dificultades que Newton encontró para conseguir un
reconocimiento público más allá del estricto ámbito de la ciencia,
reconocimiento que su soberbia exigía y cuya ausencia no podía interpretar sino
como resultado de una conspiración de la historia.
Pese a
la dificultad de su lectura, los Principia le habían hecho famoso en la
comunidad científica y Newton había formado parte en 1687 de la comisión que la
Universidad de Cambridge envió a Londres para oponerse a las medidas de
catolización del rey Jacobo II. Aunque quizá su intervención se debió más a su
condición de laico que a su fama, ello le valió ser elegido por la universidad
como representante suyo en el parlamento formado como consecuencia del
desembarco de Guillermo de Orange y el exilio de Jacobo II a finales de 1688.
Su actividad parlamentaria, que duró hasta febrero de 1690, se desarrolló en estrecha colaboración con Charles Montagu, más tarde lord Halifax, a quien había conocido pocos años antes como alumno en Cambridge y que fue el encargado de dar cumplimiento a los deseos de Newton de cambiar su retiro académico en Cambridge por la vida pública en Londres. Montagu fue nombrado canciller de la hacienda real en abril de 1694; cuando su ley de reacuñación fue aprobada en 1695, le otorgó a Newton el cargo de inspector de la Casa de la Moneda, siendo ascendido al de director en 1699. Lord Halifax acabó por convertirse en el amante de la sobrina de Newton, aunque los cargos obtenidos por éste, pese a las acusaciones lanzadas por Voltaire, no tuvieron que ver con el asunto.
A fines de 1701 Newton fue elegido de nuevo miembro del parlamento como representante de su universidad, pero poco después renunció definitivamente a su cátedra y a su condición de fellow del Trinity College, confirmando así un alejamiento de la actividad científica que se remontaba, de hecho, a su llegada a Londres. En 1703, tras la muerte de Hooke y una vez que el final de la reacuñación había devuelto la tranquilidad de una sinecura a la dirección de la Casa de la Moneda, Newton fue elegido presidente de la Royal Society, cargo que conservó hasta su muerte. En 1705 se le otorgó el título de sir. Pese a su hipocondría, alimentada desde la infancia por su condición de niño prematuro, Newton gozó de buena salud hasta los últimos años de su vida; a principios de 1722 una afección renal lo tuvo seriamente enfermo durante varios meses y en 1724 se produjo un nuevo cólico nefrítico. En los primeros días de marzo de 1727 el alojamiento de otro cálculo en la vejiga marcó el comienzo de su agonía: Newton murió en la madrugada del 20 de marzo, tras haberse negado a recibir los auxilios finales de la Iglesia, consecuente con su aborrecimiento del dogma de la Trinidad.
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